Acoso callejero: otro síntoma de la sociedad patriarcal
*Por María Magdalena (integrante de la Comisión Género de AyL)
Estos días estuvo circulando, tanto en las redes sociales como en los medios de comunicación, un video filmado de forma casera en el que una joven de nombre Aixa Rizzo cuenta cómo fue acosada, durante un mes, por un grupo de trabajadores que realizaban obras en la puerta de su casa. El acoso, que se inició de manera verbal a través de comentarios irrespetuosos y violentos, desembocó en una situación que podría haber conducido a un abuso sexual: una de las veces en que Aixa salió del edificio, dos hombres de este grupo de obreros la persiguieron mientras uno le decía al otro “¿y a esta adónde la llevamos?”. Ella se defendió utilizando un gas pimienta que le había regalado su hermano para protegerse. En la comisaría no le quisieron tomar la denuncia porque ‘no la habían tocado’, ya que no existe ninguna ley que sancione el acoso callejero.
Según un informe realizado por la Asociación Civil La Casa del Encuentro, durante el año 2014 hubo 277 femicidios y el 15% fueron asesinatos de mujeres que ya habían presentado denuncias. Desde el 2008, el promedio es de cinco mujeres asesinadas por semana.
Además de celebrar la valentía de Aixa por animarse a dar su testimonio -exponiéndose a recibir amenazas, acusaciones, y agresiones de todo tipo, tal como dice que le está ocurriendo-, es importante destacar que, si bien su relato parte de una experiencia personal, lo que ella intenta hacer en los espacios que le dan en los medios de comunicación es poner en debate una problemática social y cultural que, obviamente, incluye su caso pero también lo excede -siendo que su caso no es una excepción sino una realidad que vivimos todas las mujeres a diario-. De la misma manera, no se trata de estigmatizar al ‘obrero de la construcción’ ya que el acoso callejero no distingue edades ni clases sociales.
Según un informe realizado por la Asociación Civil La Casa del Encuentro, durante el año 2014 hubo 277 femicidios y el 15% fueron asesinatos de mujeres que ya habían presentado denuncias. Desde el 2008, el promedio es de cinco mujeres asesinadas por semana. Estos son sólo algunos de los datos que demuestran cómo la violencia de género se acentúa de manera alarmante. Lo mismo ocurre en relación a la cantidad de mujeres que son desaparecidas y víctimas de trata. Pero estas son las formas más crudas y extremas de la violencia ejercida contra la mujer, y la única manera de combatirlas es visibilizando y denunciando el entramado social y cultural subyacente que lo origina, lo propicia y lo permite. Ese entramado es el patriarcado.
Y pronunciar la palabra patriarcado suele ser, por lo menos, polémico. Dicen que es un término caduco, pasado de moda, quedado en el tiempo. Que ya no existe el machismo. Que las mujeres vivimos, actualmente, en iguales condiciones a las del hombre. Que feminismo equivale a machismo, cuando su equivalente correcto sería el de misandria. Dicen que exageramos.
Sin embargo, la discusión sobre la existencia del patriarcado se torna absurda cuando la realidad misma es suficiente para comprobarlo: basta con tomar de ejemplo cualquiera de las chicas que fueron asesinadas en el último tiempo, sea Melina o Daiana, quienes no sólo aparecieron muertas adentro de bolsas como si fuesen material descartable, sino que, además, fueron sometidas al escarnio público por sus hábitos, vestimenta y cualquier otro condimento que sirviera a modo de excusa para justificar sus muertes.
Entonces, los femicidios y la trata de mujeres se convierten en gravísimos síntomas de ese entramado cultural de nombre patriarcado. Y sus modos de influencia son tan sutiles como eficientes: muchos ni se cuestionan la posibilidad de estar ejerciendo violencia al opinar con soltura e impunidad en una red social sobre la forma de vestirse para una entrevista de trabajo de una chica que acaba de aparecer muerta. Como tampoco se cuestionan si están ejerciendo violencia al evaluar, comentar, insultar, chistar, gritar acerca del cuerpo de una mujer sin su consentimiento.
El acoso callejero también es violencia. Insistir en el derecho del hombre a cosificar a una mujer bajo el adorno discursivo de nombrarlo ‘piropear’, confirma, una vez más, que estamos enajenados y cómplices en un sistema que nos violenta, nos desaparece y nos mata.
estoy de acuerdo con el articulo salvo por una cosa,vivimos en un matriarcado,que educa y cria a sus hijos con valores absolutamente machistas,y quienes cuestionamos esos valores,somos duramente criticados,o no nos resulta fàcil relacionarnos en la vida con el sexo femenino.Es decir que el mismo genero es vìctima de si mismo.
Basta de regueton basta de machismo