GANÓ TRUMP: CON ÉL O CON CLINTON LXS TRABAJADORXS PERDÍAN
* Por Pablo Alberto Ramos, Luis Zamora y Fernando Vilardo
El marco: la crisis económica mundial
La victoria de Trump se produce en medio de un capitalismo que no logra salir de la crisis que saltó a la superficie con la caída del Lehman Brothers en el 2008 y enseguida se extendió al mundo. La concentración y la desigualdad global se agudizó desde entonces: el 1% más rico acapara ya la mitad de la riqueza y el 70% más pobre tiene menos del 3%. Estados Unidos fue y es el centro de esta crisis, y también es un claro ejemplo de qué cambió con ella: desde 2009, el 1% más rico recibió el 95% de los ingresos mientras el 90% de la población se empobrecía. Y sin embargo, aunque ese puñado de empresarios que manejan el mundo ganaron como nunca antes, todavía siguen ajustando y atacando a lxs trabajadorxs: en Estados Unidos, desde el 2000, se perdieron 5 millones de puestos de trabajo en la manufactura, a la par de que, de 1973 a 2013, el salario real cayó un 28%. Esto además se le suma a un Estado endeudado como nunca en su historia (US$ 20 billones), que paga cada año US$250.000 millones (media Argentina) en intereses por esa deuda.
La globalización cuestionada
También entró en jaque la globalización, el proyecto de las multinacionales y el imperialismo tras la caída del Muro de Berlín. El modelo de internacionalización de los capitales abrió un período en el que sólo crecieron las ganancias empresarias, y lo hicieron a costa de la super-explotación de los trabajadores y las trabajadoras en el mundo. El mejor ejemplo de este modelo son las empresas yanquis que se trasladan a China, pagan salarios más bajos por el mismo trabajo, venden por el mismo precio en Estados Unidos, obtienen mayores ganancias y ponen esas ganancias en los bancos yanquis.
Lxs trabajadorxs que votaron a Trump
Una de las imágenes más fuertes de la campaña yanqui es un video en el que un gerente de Carrier Corporation les comunica a lxs 1.400 trabajadorxs de la fábrica que mudarán la planta a México “para ser más competitivos” (para pagar salarios más bajos y tener más ganancias), y recibe como respuesta de un trabajador: “Fuck you!”. No fue un caso aislado: es, desde hace décadas, el drama de millones de trabajadorxs desempleadxs y el miedo de muchxs más. Si Trump ganó, fue porque logró montarse sobre el descontento de una buena parte de esxs millones de trabajadorxs con los partidos políticos tradicionales. Trump logró ser el reflejo de ese “Fuck you!”, de esa bronca, de esa indignación y Clinton fue el reflejo del patrón que intenta explicarle los beneficios de la globalización a lxs trabajadorxs que la están sufriendo en carne propia.
Proteccionismo y nacionalismo: los trabajadores también pierden
Pero, si la globalización muestra su crisis, lxs trabajadorxs tampoco tienen nada que ganar con el proteccionismo y el nacionalismo predicados por Trump: aunque sostenga que viene desde fuera del establishment y diga oponerse a Wall Street y la “casta política”, Trump es un empresario multimillonario y sus políticas no estarán orientadas a mejorar la calidad de vida del pueblo trabajador, sino a mejorar las ganancias de los grandes empresarios, como claramente lo demuestra su rechazo al movimiento por un salario mínimo de US$15 por hora. Las verdaderas alternativas políticas a los Trump, las Clinton, Wall Street y la globalización sólo pueden surgir de los pueblos y sólo pueden desarrollarse luchando contra las políticas de las Clinton y los Trump, y rebelándose contra discursos reaccionarios, machistas y xenófobos.Una de las imágenes más fuertes de la campaña yanqui es un video en el que un gerente de Carrier Corporation les comunica a lxs 1.400 trabajadorxs de la fábrica que mudarán la planta a México “para ser más competitivos” (para pagar salarios más bajos y tener más ganancias), y recibe como respuesta de un trabajador: “Fuck you!”.
La crisis política de representación es global
En todo el mundo, los partidos tradicionales y la democracia representativa están en crisis. El Estado Español, Francia, Brasil, México, Argentina… Son años y años de políticas en contra de los intereses populares, de un color político o de otro. La crisis mundial golpea la legitimidad y la fortaleza de esas herramientas políticas con las que nos imponen estos ajustes. Ahora esa crisis de la representación también se expresa nada menos que en EE.UU. La campaña electoral y su resultado son una demostración elocuente de la decadencia del capitalismo y en consecuencia de sus instituciones, partidos y candidatos. El discurso violentamente machista, xenófobo, racista y discriminador de Trump, utilizado sin escrúpulos para lucrar con el desengaño de enormes sectores de trabajadorxs, es una expresión de lo peor de esa declinación degradante. La otra cara de esta degradación política fue la campaña multimillonaria de Clinton, financiada por el poder económico y financiero que se benefició de esta crisis que ellos mismos desataron. Fue una campaña de defensa de ese poder económico y financiero, camuflada con mentiras y demagogia, y muy distante de la angustia que sacude al pueblo trabajador norteamericano que está sufriendo las consecuencias de esta crisis a causa de las políticas de Obama y el Partido Demócrata de Clinton. Las ganas de millones de votar a Trump como un voto castigo contra la “casta política” y el establishment económico fueron más fuertes, para muchos y muchas, que sus reaccionarias, antipopulares y peligrosas propuestas políticas y sus deleznables discursos y características personales. Aunque millones se taparon la nariz para votar a Clinton contra el machista, xenófobo y racista de Trump, otros muchos se la taparon para votar a Trump contra Clinton, la candidata del poder. La realidad es que Trump no ganó: perdió Clinton. No deja de ser un dato relevante que por Clinton había jugado su apoyo todo el aparato del partido demócrata y finalmente la mayoría de la dirección republicana (es decir, la “casta política”), y además el FMI, Wall Street, las grandes multinacionales, los medios de comunicación más poderosos, la mayoría de los gobiernos de Europa y del mundo (incluyendo al de Macri) y la globalización. Y más relevante será evaluar la repercusión de este fracaso de “los dueños del mundo”: millones de trabajadorxs fueron empujadxs para que voten por Clinton, y Clinton perdió. Es la burguesía más poderosa del mundo y de la historia, y fracasó en su objetivo electoral. Los pueblos están más sueltos e indignados de lo que el poder supone. Como tampoco debe ignorarse el hecho y el alerta imprescindible de que el triunfo de Trump implica el aprovechamiento de ese descontento con discursos y propuestas de las que los trabajadores nada positivo pueden esperar. Todo lo contrario.también estuvo Sanders[..]Al igual que sucedió con Trump, una buena parte de su campaña se basó en la “casta política”, los bancos y Wall Street;[..]Pero la principal diferencia entre ellos es que el voto a Sanders, a diferencia del voto a Trump, fue el voto a un candidato que habló de socialismo.
Frente a todo eso, los pueblos del mundo, mientras pelean aquí y allá como pueden, demuestran su bronca con las herramientas que tienen a mano: Syriza, el Brexit, Podemos, el plebiscito de paz en Colombia. Pero ninguna de estas ha sido una salida porque todas son en el marco de las mismas instituciones del poder. Es lo que sucedió con Trump. Los medios consideran a Trump “una amenaza para la democracia”, pero él no es la causa sino la consecuencia de una democracia representativa que está cada vez más denigrada, con instituciones distanciadas del pueblo y partidos políticos vaciados. No fue Trump quien alejó a millones del Partido Republicano y del Partido Demócrata: fueron los Obama y los Bush, y décadas de retroceso en los niveles de vida, salvataje a los bancos, despidos a gran escala e intervencionismo militar. Trump recogió ese descontento (fundamentalmente por parte de los trabajadores blancos) haciendo campaña contra “los políticos”, criticando a Wall Street, prometiendo proteger el empleo, rechazando la intervención militar en el mundo, denunciando la masacre en Irak, atacando a Obama y a Clinton por la “catástrofe humanitaria” en Aleppo (Siria), y criticando los tratados de libre comercio sobre los que se ha desarrollado la globalización (especialmente el NAFTA y el Transpacífico).
Hay búsquedas en sentido opuesto: el voto a Sanders y los desafíos futuros
Trump no fue la única demostración de esta crisis de representación: también estuvo Sanders, quien compitió con Clinton en las internas demócratas, ganando en más de 20 estados y recibiendo 13 millones de votos (cifra realmente importante si se la compara con los 17 millones de Clinton y los 14 millones de Trump). Al igual que sucedió con Trump, una buena parte de su campaña se basó en la “casta política”, los bancos y Wall Street; y, al igual que Trump, escogió a Clinton como principal objetivo de sus críticas a la política tradicional. Esto fue así a tal punto que, para criticar a Clinton, Trump llegó incluso a citar a Sanders. Pero la principal diferencia entre ellos es que el voto a Sanders, a diferencia del voto a Trump, fue el voto a un candidato que habló de socialismo. Y aunque Sanders mostró los límites de lo que él entiende por socialismo cuando decidió apoyar a Clinton, es maravilloso el solo hecho de que, para obtener votos, haya tenido que decirse socialista y hablar de la única verdadera alternativa a este mundo capitalista (que es el socialismo). Sanders fue la canalización electoral de una juventud que no es ni republicana ni demócrata, que critica a este sistema y a sus instituciones, y protagonizó movimientos muy importantes, como el Occupy Wall Street, ese movimiento desde abajo y por fuera de los aparatos tradicionales de miles de jóvenes (y algunxs no tan jóvenes) que critican en más de 50 ciudades del país al 1% que vive del trabajo del 99%. Sanders fue la canalización electoral por izquierda de esa bronca. Y su éxito electoral fue tal que, según varias encuestas, habría ganado si se hubiera presentado contra Clinton y contra Trump, cosa que no hizo al decidir apoyar a la misma Clinton a la que había criticado durante meses como representante de los bancos y las grandes corporaciones.
Pasadas las elecciones, las redes de apoyo a Sanders empezaron a plantearse la necesidad de construir un nuevo partido que compita contra los partidos tradicionales. Son las herramientas que buscan los pueblos en un mundo en crisis, donde para el 99% hay ajuste y para el 1% más rico hay ganancias cada vez más extraordinarias, y donde las instituciones estatales se desnudan como herramientas del poder para sostener ese mundo tan profundamente desigual. En el país de lxs millones de trabajadorxs que votaron a Trump contra la “casta política” y la globalización, en el país de lxs millones que se taparon la nariz para votar a Clinton y así rechazar el repudiable discurso machista y reaccionario de Trump, en el país de lxs millones de afroamericanxs que se habían entusiasmado con Obama y esta vez no votaron a Clinton, en el país de lxs millones de jóvenes que votaron a Sanders y ahora salieron a las calles a expresar que Trump “no es su presidente”, queda planteado para los años que vienen el desafío de pelear desde abajo para construir los mecanismos de una democracia más directa para que los pueblos decidan y se auto-dirijan enfrentando a una minoría que desde arriba nos gobierna para que ese 1% siga enriqueciéndose a costa de nuestro trabajo.